El
sol seguía saliendo por el este, el cielo era azul y el olor a petunias
del parque seguía entrando por el balcón pero no, ese día no iba a ser
como los demás.
Recibió el primer mensaje hace nueve años y casi había logrado
convencerse de que aquella aventura no había sido sino un sueño de la
infancia pero ahí estaba, como aquella vez, un papel de plata pegado al
espejo.
Su madre se cansó de escuchar historias sobre una lechuza parlante y un
mundo extraordinario donde un color era el gobernante. Ahora vivía con
su padre y lo único que echaba de menos era la visión de la Torre Eiffel
desde su habitación.
Al Rey Blanco no le gustaba que le hicieran esperar así que dejó los
recuerdos del pasado para otro momento y leyó la nota: “NinaRi, pequeña NinaRi, encuentra la manzana de rubí y sálvame”.
Era increíble, dos recuerdos de Francia en un mismo día. Ahora la
llamaban Nina a secas, sin esa ridícula ‘r francesa’ que le traía
recuerdos de un divorcio, una madre incrédula y un sueño infantil sobre
un mundo imaginario. No, no era imaginario, era real, fantástico pero
real y ahora necesitaban de nuevo su ayuda.
Dobló el papel de plata y lo metió en el bolsillo interior de su
chaqueta, se colocó ante el espejo y miró su reflejo. No, si lo hacía,
lo haría bien. Revolvió en su viejo baúl buscando aquel detalle tan
francés que le regaló su madre antes de desaparecer durante una semana,
cuando aún eran amigas.
Se puso su boina roja y volvió frente al espejo. Tres palmaditas al
corazón, tres golpes al espejo. Estaba preparada. Cerró los ojos y
extendió el brazo. No había dudas, no había miedo. NinaRi regresaba a
Inversa.
Abrió los ojos, allí estaba de nuevo, puede que nadie tuviera
conocimiento de aquel maravilloso lugar pero ahí, donde estaba, ella era
la heroína de todos los tiempos. Alguien la saludó desde el cielo, era
Pluma, una lechuza que lo sabía todo de lo que era necesario, es decir,
no sabe de algo hasta que no es necesario, esa era su habilidad.
“Bonjour, chère amie”.
No había olvidado su idioma materno, su acento fue excelente. Le habría
gustado hablar más con su vieja amiga pero el tiempo apremia y la luna
no tardaría en esconderse. Extendió el papel de plata en el suelo, las
letras se iluminaron y apareció ante ella el “Laberinto de lo Buscado”.
Lo recordaba como un juego pero se había hecho mayor, no era momento de
ponerse a jugar, tenía suerte de que Pluma la ayudara. La guiaba a un
lado o a otro, hasta que al cabo de unas horas llegó al centro del
laberinto. Un gran árbol blanco y un letrero “Quise ser gigante y rozar las nubes. Quise cambiar de ambiente y favor no tuve”.
“Es el Rey Blanco, la Bruja Roja lo transformó en árbol y desde entonces, perenne, observa las estaciones” ululó Pluma en su mente. Comprendió que la manzana de rubí era el corazón del rey pero ¿dónde encontrarlo?
Llamó a Clandestino, su caballo, su amigo, su fiel montura. Su
habilidad era detener el tiempo y así fue hasta que llegaron al Monte
Sincero “¡Muéstrame montaña, dónde está la manzana!”.
Se vio a sí misma con ocho años mordiendo una manzana de Inversa:
blanca la cáscara, roja la pulpa. Era ella, con un rubí por corazón,
héroe y bruja a la vez, cuya alma de niña quedó atrapada en un mundo
extraño que ahora quería gobernar.
Así fue como se detuvo el tiempo en Inversa, y eso era algo que Pluma ya sabía.
* Relato presentado al concurso de relatos hiperbreves Ma non troppo del blog 'La siguiente la pago yo'
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