Había una vez una dragona que
vivía en un valle muy bonito, situado entre dos montañas coronadas de nieve. En
el valle había un campo de flores de muchos colores y todos los animales que
allí vivían eran muy felices, excepto la dragona. Y es que esta dragona quería
un dragoncito, y todas las noches esperaba que una cigüeña le trajera de París
un bebé dragón. Pero siempre amanecía sin que apareciera la cigüeña.
Mamá dragona
estaba muy triste porque ella quería tener su dragoncito y cuidar de él, y
llevarlo a jugar al campo con las ardillas y los pequeños cervatillos. Un día,
Mamá dragona se desesperó y se propuso ir a París para preguntarle a la cigüeña
porqué no le llevaba a su dragoncito. Así que Mamá dragona salió del valle y
dejó atrás las montañas.
Caminando se encontró con dos enormes dragones
que peleaban y Mamá dragona, asustada, les preguntó por qué lo hacían. El
dragón rojo, enfurecido, le dijo: “Es este dragón negro, que no quiere darme
ese hueso”.
Y el dragón
negro replicó enseguida: “¡Eso es mentira! La culpa la tiene el dragón rojo,
que no quiere dejarme su cueva”.
Mamá dragona
meditó largamente, hasta que le dijo al dragón negro: “Ese hueso es tan grande
como una ballena, suficiente para alimentar a los dos durante un año ¿por qué
no lo compartís?”
El dragón
negro contestó: “No me parece correcto. Yo encontré ese hueso solo. No quiero
compartirlo”.
Mamá dragona
dijo: “Entiendo lo que dices. Buscaré otra solución”. Y Mamá dragona volvió a
meditar cómo podía ayudar a dragón negro y a dragón rojo.
Y dirigiéndose
al dragón rojo, le dijo: “Señor dragón ¿podría enseñarme su cueva? Sólo quiero
verla, se lo prometo”.
El dragón rojo
asintió, y los tres fueron a ver su cueva. La cueva era tan grande como una
montaña entera y Mamá dragona quedó sorprendida. Les dijo: “Pero esta cueva es
muy grande, lo suficiente para que duerman los dos ¿Por qué no la compartís?”.
El dragón rojo
replicó: “No me parece correcto. Yo solo encontré esta cueva. Lo recuerdo
perfectamente, era una noche de tormenta y llovía a cántaros”.
Mamá dragona
volvió a decir: “Entiendo lo que dices. Buscaré otra solución”.
Entonces Mamá
dragona meditó una vez más, esta vez más tiempo que las anteriores. Después de
mucho meditar, Mamá dragona dijo: “¡Ahora ya encontré la solución perfecta! Los
dos tienen algo que el otro quiere, y creo que si tú, dragón negro, puedes
compartir tu hueso con él, el dragón rojo puede compartir la cueva contigo, y
los dos seréis felices”. Y los dos dragones quedaron muy complacidos.
“¿Cómo podemos
ayudarte, Señora dragona? Tú nos has ayudado a nosotros, y nos parece justo que
ahora te ayudemos a ti”. Dijeron los dos dragones, que ahora eran muy felices.
Mamá dragona se puso triste y les contó que ella había estado esperando mucho
tiempo a que una cigüeña le trajera de París un dragoncito a quien cuidar y dar
amor.
En ese
momento, se oyó una pequeña vocecita que venía de detrás de unos arbustos, que
decía: “No desesperes más, Señora dragona, yo soy la cigüeña que buscas. No
podía llegar a tu valle porque estos dos dragones estaban peleando, y a mi me
daba mucho miedo. Pero he visto lo que has hecho, y no se me ocurre una mamá
mejor para este dragoncito que traigo”. Y escondido en una manta había un
pequeño dragón que dormía. Era muy bonito, con escamas violetas que brillaban
con los reflejos del sol.
Mamá dragona
estaba muy feliz, y después de mostrarle todo su agradecimiento a la cigüeña,
volvió feliz a su valle con su dragoncito, que la seguía feliz porque él
también llevaba mucho tiempo esperando una mamá que lo amara.
Y junto con
ellos fueron también dragón rojo y dragón negro, que ahora eran muy amigos, y
todos cuidaron y jugaron con el dragoncito en aquel bonito valle, escondido
entre dos montañas.
Hermoso cuento, gracias por compartir, se los contare a mis alumnos de preescolar
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